El paisaje y la protección del Arte Rupestre
12 de Junio de 2020
Entrevista a Daniela Valenzuela, académica del Departamento de Antropología de la Universidad de Tarapacá, especialista en arte rupestre, textiles, materialidades, agencia e interacciones sociales ancestrales
Equipo Biogeoart: – Daniela, gracias por acompañarnos en esta fría tarde porteña… nos gustaría saber, desde tu experiencia, cómo se entienden e interpretan los diversos componentes del paisaje y del espacio geográfico desde tu disciplina-.
Daniela: – El concepto de paisaje, entendido como resultado de las relaciones entre cultura y naturaleza, sintetizando aspectos físicos y culturales, desarrollado por la geografía, tuvo un fuerte impacto en la arqueología, especialmente a partir de la década de 1990. Se desarrolló una perspectiva teórico-metodológica conocida como arqueología del paisaje, desarrollado inicialmente por arqueólogos españoles (como Felipe Criado) y británicos (como Christopher Tilley), entre otros. El espacio en arqueología siempre fue una variable clave en las explicaciones o interpretaciones que se hacen del pasado; durante mucho tiempo predominaron enfoques en los que el ambiente, fue visto como algo externo y restrictivo, y las sociedades humanas se “adaptaban” a los cambios ambientales. Con el advenimiento de los enfoques de paisaje en arqueología, las relaciones humano/entorno son vistas en términos de constitución mutua; el paisaje no solo integra los componentes culturales, sino que el paisaje mismo es una construcción socio-cultural. El paisaje es construido, percibido, experienciado y transformado por las sociedades humanas, y como tal, una arena para la materialización de las prácticas sociales en términos espaciales como lo señala Parcero-Oubiña y colaboradores en una síntesis publicada en la Encyclopedia of Global Archaeology editada por Springer (2014 y 2018).
Equipo Biogeogart: – ¿Cuál sería el rol del arte rupestre en esta concepción del paisaje?
Daniela: – En este contexto, el arte rupestre se convirtió en un pilar para el estudio de los paisajes del pasado. Si miramos hacia el concepto de paisaje biogeocultural, tal como lo definen en el equipo de Biogeoart (Manríquez y colaboradores 2019), que integra componentes abióticos, bióticos y culturales, se expresa de manera elocuente en el arte rupestre.
El arte rupestre es lo que los arqueólogos/as llamamos artefacto cultural (es decir, un objeto, en este caso inmueble, producido por trabajo humano mediante acciones tecnológicas, con determinado propósito), y ese artefacto no corresponde a las puras imágenes, sino que incluye también el soporte y el espacio circundante. Por lo tanto, integra de manera inseparable componentes bióticos y abióticos del paisaje, y una vez construido, pasa a formar parte constitutiva de ese paisaje creado.El arte rupestre corresponde a imágenes grabadas o pintadas sobre roca (grabados y pinturas rupestres, respectivamente), o a figuras plasmadas sobre la tierra, ya sea en vertientes de cerros, valles, o sobre la pampa, formadas mediante el raspado o acumulación de piedras (geoglifos). Es decir, su materia prima primordial sobre la cual actúan los gestos técnicos, es un elemento abiótico: una superficie pétrea. Asimismo, las imágenes creadas incluyen diversos motivos geométricos, pero una parte importante la conforman los motivos biomorfos: seres humanos, aves, camélidos, felinos, cánidos, plantas, entre otros; elementos bióticos que pasan a quedar inscritos en dichos espacios.
Sitio de grabados rupestres de Ofragía 2, valle de Codpa, grabados se ubican en afloramiento rocoso. Fotografía Daniela Valenzuela.
Este componente visual del arte rupestre recalca su potencial comunicativo, como un medio de transmisión de información. Aunque es difícil conocer los significados precisos que estas imágenes tuvieron en el pasado, debido al carácter contextual de los signos, estas imágenes fueron y son experimentadas visualmente por la gente, lo que actualiza su potencial comunicativo, hasta la actualidad. Pero también estas imágenes pueden ser experienciadas corporalmente: algunos geoglifos pueden ser percibidos mediante el recorrido del movimiento de las personas sobre ellos.
(1) Grabados de Cerro Chuño, Arica. Fotografía Nick Charlesworth.
(2) Detalle de grabado de Cerro Chuño. Fotografía Nick Charlesworth.
(3) Geoglifos de Cerro Sagrado, valle de Azapa. Fotogrametría Marta Crespo.
(4 y 5) Pinturas rupestres Cruz del Siglo, Valle de Codpa. Fotografía Daniela Valenzuela.
Pero el arte rupestre es más que las imágenes visuales. Y es que dado su carácter inmueble, no solo guarda una relación más estrecha con el espacio, sino que incluso dichas relaciones espaciales lo definen como un objeto de cultura material. Su proceso de manufactura supone una real transformación de “lo natural” (la roca o el suelo). El soporte (roca o suelo) es inseparable de las imágenes porque constituye la materia prima por excelencia donde interviene el trabajo humano en su manufactura. Este no sólo impone posibilidades y restricciones a las técnicas, sino que también sus rasgos, como protuberancias y oquedades, pueden ser integrados intencionalmente en el diseño de las imágenes.
Al quedar fijo en los espacios donde se ha creado, el arte rupestre imprime un sello particular a dichos espacios, un sello que es visual y que perdura en el tiempo. La propia visualización de las imágenes depende casi totalmente de condiciones espaciales, dado que supone un espacio de circulación para su observación y la percepción de las imágenes por el ojo humano depende de condiciones de iluminación (que es un factor del espacio).
Grabados del sitio Las Ánimas, valle de Azapa. Fotografía Nick Charlesworth.
Geoglifos de Cerro Sagrado, valle de Azapa. Fotografía Marta Crespo.
Geoglifos del sitio LL-60, valle Lluta. Fotogrametría Marta Crespo.
Equipo Biogeogart: – Y el Desierto de Atacama, históricamente considerado como un “despoblado”, ¿alberga en su interior elementos para una construcción social del paisaje?
Daniela: – Como pocas partes en el mundo, en el Desierto de Atacama están presentes los tres clásicos tipos de arte rupestre: pinturas, grabados y geoglifos, distribuidos desde la costa hasta la puna, en formaciones rocosas a lo largo de la costa, en bloques aislados y afloramientos a lo largo de los valles y quebradas transversales, sobre el suelo de pampas y cerros desérticos en las planicies de interfluvio y en las laderas de los valles, y en cuevas y abrigos de la alta cordillera de los Andes.
(1 y 2) Geoglifos de Tiliviche, junto a huella dejada por el paso de las caravanas de llamas. Fotografía y fotogrametría Marta Crespo.
(3) Sitio de grabados rupestres de Conanoxa, valle de Camarones, con huella caravanera. Fotografía Daniela Valenzuela.
(4) Grabados rupestres de Conanoxa, valle de Camarones, con huella caravanera. Fotografía Daniela Valenzuela.
A lo largo de la historia precolombina, el arte rupestre participó de diferentes contextos de uso, no fue un simple objeto para ser “visto” sino que cumplió diversos roles en la construcción social del paisaje en el Desierto de Atacama, de acuerdo con contextos sociales e históricos de producción y uso particulares. La gente se vinculó no solo con personas, sino también con objetos, entidades y lugares. Son precisamente esas relaciones las claves para entender al arte rupestre en el contexto en que fue producido, usado y simbolizado. Por ejemplo, la condición de híper aridez del Desierto de Atacama, que fue una condicionante para el ser humano en muchos aspectos, especialmente aquellos vinculados con la disponibilidad de agua, posibilitó una des-neutralización del paisaje, en un proceso en el que las personas asignaron un valor a ese espacio, poblándolo de imágenes sobre piedra y tierra; justamente las condiciones de aridez son extremadamente favorables ser vistos a distancia, uno de los objetivos básicos del arte rupestre del Desierto de Atacama.
Más allá de lo material, el arte rupestre no puede ser entendido sin referencia a los valores culturales asignados por las personas. Muchos sitios con arte rupestre son vistos por las comunidades andinas como cargados de poderes, especialmente en zonas de transición (por ejemplo, al atravesar una quebrada) o en zonas de confluencias de ríos). En este contexto actualmente se le confiere una importante agencia a las imágenes y lugares con arte rupestre, concibiéndolos como espacios que constituyen portales para la acción de los ancestros.
Los lugares con arte rupestre están dotados de poderes y agencia porque en las ontologías andinas los componentes humanos y no-humanos del entorno (plantas, animales, piedras, cerros, ríos, manantiales, etc.) son equivalentes e intercambiables. Estas concepciones se enmarcan en un cuestionamiento de la dicotomía moderna que distingue naturaleza y cultura, lo que se ha llamado el “giro ontológico en antropología”. La antropóloga Florencia Tola (2016, Apuntes de Investigación del CECYP) lo explica así: “no es que haya un solo mundo igual y diferentes cosmovisiones de él, sino que esta perspectiva se funda en la idea de que existen múltiples mundos, y la alteridad no es sino una función de la existencia de estos mundos”.
El arte rupestre prehispánico ha trascendido a lo largo del tiempo. No solo llega hasta nosotros de manera visualmente imponente, integrando paisajes biogeoculturales. Sino que también ha sido significado y resignificado, manteniéndose vigente en la vida práctica de las personas que habitan aquellos territorios. También, paulatinamente se han ido incorporando en diversas iniciativas de turismo. Sin embargo, su rol potencial en los procesos de valorización del patrimonio biogeocultural, incorporando a los actores sociales que viven en estos territorios con el objetivo de promover estrategias participativas de conservación ambiental, no ha sido explorado.
Algunas Referencias
- Manríquez, H., P. Mansilla y A. Muñoz-Moreira (2019). Hacia una conservación integrada del paisaje biogeocultural de Atacama. Diálogo Andino 60:141-152.
- Parcero-Oubiña, C., F. Criado-Boado y D. Barreiro (2014). Landscape Archaeology. En Encyclopedia of Global Archaeology, editado por C. Smith, pp. 4379-4388. Springer New York.
- Tola, F.C. (2016). El “giro ontológico” y la relación naturaleza/cultura. Reflexiones desde el Gran Chaco. Apuntes de Investigación del CECYP 27:128-139.